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Blasa,

una cazadora de sonrisas

“Ella es pequeña, peluda, suave; se diría que de algodón, que no tiene huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negros”. Y no os confundáis, ni ella es un burro llamado Platero ni yo soy el celebre escritor Juan Ramón Jiménez. Pero sí que hay un parecido entre el burro Platero y la perrita Blasa; los dos animales tienen actitudes casi humanas. Y como Platero nunca existió, me doy la licencia de presentaros a Blasa. Ella sí que es muy, pero que muy real.

 

Cada mañana Blasa se despierta con un gran bostezo y hace sus ejercicios diarios. Sus patitas se estiran con la gracia de una bailarina, su colita se levanta para contemplar el cielo azul y en su boca abierta se despliega la lengua, al igual, que lo hace la alfombra mágica de Aladín. Entonces Blasa vuela hacia la cama de su dueña y a lametazos la despierta. Su dueña se levanta y frotándose los ojos se encamina hacia la cocina. Blasa con un tintineo de patitas persigue a su dueña. Desde que era un cachorro, sabe que para sobrellevar un día de duro trabajo lo mejor es un buen desayuno cargado de vitaminas. Porque como ya dije, ella es medio humana y como tal, tiene hasta un trabajo. Es una perra de terapia y una cazadora de sonrisas y digna de ello sale a la calle en busca de nuevas experiencias.

 

Antes de subir al coche de su dueña, Blasa hace su habitual paseo por la playa de Sitges. El mar ha amanecido hoy sereno, resplandeciente y el olor a salitre parece estimular a la perra, que echa a correr por la arena meneando enérgicamente la colita. A la orden de su dueña va hacia el coche. Quizás será un día largo, piensa, pero ella sabe que al atardecer, su dueña la recompensará: volverá a correr por la playa. La playa de Blasa.                                                                                                                                   

Después de un rato largo en el coche, Blasa y su dueña llegan a uno de los centros donde hacen la terapia. Su dueña aparca en el gran terreno, y la perra de un saltito baja del coche y se dirige, con su tintineo de patitas, a la puerta donde los chicos siempre la reciben con caricias y gritos de alegría. Al entrar todos reaccionan como había pensado. Observa sus caras; sonríen, y ella menea la cola a modo de agradecimiento. Ya ha logrado la primera meta: ser una buena cazadora de sonrisas, se dice la perra. La segunda meta a conseguir es la más complicada, puesto que requiere esfuerzo, concentración y una gran dosis de dedicación; es intentar que se relaje la persona que se presta a la terapia. Pero Blasa tiene mucha suerte, porque ella nunca trabaja sola, siempre esta su dueña guiándola y los monitores de cada centro.

 

Y ahora empieza la terapia canina:            

 

Se sube a una mesa, de cara a una chica que esta sentada en una silla de ruedas. Tiene la  cabeza caída hacia un lado y los ojos perdidos en un mundo inexistente. Pero Blasa percibe la vibración de un cuerpo agarrotado, gravemente herido de Parálisis Cerebral. La perra lame la mano cerrada de la chica, pero curiosamente no nota ningún cambio en la respiración. Blasa ladea la cabeza y mira a su dueña interrogándola. ¿Soy realmente una perra caza sonrisas? Ella ya sabe que existen algunos humanos que  tienen los sentidos alterados o muy limitados, pero no se acostumbra al fracaso. Se acerca y con una sensibilidad prácticamente humana, espera a que a la chica le suban las mangas para poderla lamer. El pelo de Blasa acaricia la piel blanca y la joven  reacciona levantando la cabeza lentamente, pero poco después la deja caer sobre su hombro. Blasa agacha las orejas, mira a la dueña y a los monitores. Observa el rostro triste de la chica y la tensión de su cuerpo. Come otro premio que le dan y vuelve a su trabajo. Se pone sobre la falda de la chica mientras los monitores hacen que la abrace.

 

El suave y húmedo hocico olisquea el brazo, al que poco a poco se le eriza el vello… Y por fin, su cuerpo se ablanda. ¡Genial! Ha conseguido relajarla. Pero su cara aun tiene la misma expresión de tristeza. Blasa insiste: pone sus dos patitas delanteras a la altura del pecho y su carita roza  la de la chica. Instintivamente, ésta aparta la cabeza y la deja caer en el respaldo de la silla de ruedas. El hocico tierno de la perra vuelve acercarse y le lame la mejilla, como se lo hacia a su dueña cuando era un cachorro. Sigue sin reaccionar. Blasa la vuelve a lamer, pero nada. Lame, lame y lame. Una sonrisa leve aparece en la cara de la chica y vuelve a lamerla. Sonrisa, lametazo. Sonrisa grande y la vuelve a lamer. ¡Carcajada! Blasa levanta las orejas y agita la colita. ¡Ya lo consiguió!                                                                                               

El sol se esconde en el horizonte de la playa de Blasa pintándolo de púrpura, y una tímida luna va desperezándose sobre el mar. A lo lejos, se recorta la silueta de la parroquia que habita sobre un gran montículo de piedra. Hasta dónde se remontan sus recuerdos, Blasa siempre ha estado allí. La perra corre hacia su dueña y ésta le tira una pelotita. Alegremente sale disparada a recogerla, pero al devolvérsela se da cuenta de que está sentada con las piernas cruzadas y con cara de cansancio. Suelta la pelotita  en la arena. Se tumba y apoya su cabeza sobre las patas, mira el horizonte de Sitges y bosteza levemente.  La luna se refleja en el mar acariciándose con las olas y Blasa se deja mecer por ella. Pero de repente le parece ver algo extraño. ¡Es imposible! se sorprende, la luna tiene ojos y hocico. La perra se esconde entre sus patas y lanza un corto aullido, pensando que se ha vuelto loca. Pero poco a poco alza la cabeza y mira al cielo. Mira la luna y se frota los ojos con las patitas. ¡No puede ser! piensa la perra. ¡La luna tiene cara de perro! Suave y tiernamente, a pequeños ladridos le dice la luna:

- Mi adorada Blasa, desde que fuiste un cachorro te he vigilado día y noche –ella la escucha ladeando la cabeza-. Con mucho esfuerzo y paciencia has llegado ha ser una perra de terapia fenomenal…

Blasa mira a su dueña pero está dormitando ajena a todo, y vuelve a mirar a la luna con devoción.

-Tu dedicación necesita una recompensa –continua la luna-. Y yo te la voy a

dar.

En ese momento cruza el cielo de Sitges una estrella fugaz dejando tras de sí una estela dorada. Bajo la magia del polvo de estrella, Blasa queda profundamente dormida.

 

Unos minutos después, un cosquilleo en el hocico despierta a la perra. Mira a la luna que redonda y blanca reluce en el cielo. A golpecitos despierta a su dueña. Ésta se frota los ojos y murmura algo que Blasa no comprende. Se pone a cuatro patas y se dirige a ella. Cada paso de la perra es seguido en la arena por una diminuta sombra dorada, a la que no hace ningún caso. Le lame la cara y ella se da cuenta de que una placa le cuelga del cuello. Ahoga una exclamación tapándose la boca. Coge la placa en forma de estrella, y lee la inscripción: BLASA. Le da la vuelta y ve unas iniciales gravadas: CdS. Su dueña  se queda pensando en estas letras, nunca podrá adivinar su significado. Blasa, Cazadora De Sonrisas.

 

Este cuento esta dedicado

a todas esas personas de CTAC que

hacen que día a día salga adelante

este precioso proyecto.

Y sobretodo a esos perros que nos

regalan sonrisas a cambio de poco.

 

Pili Egea

Ilustración: Carles Salud

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