Recuerdo de pequeña cuando salíamos con mamá y nos encontrábamos a los amigos de mis hermanos, éstos se mondaban de risa cuando me oía hablar.
Decían que mi voz era lo más parecido a una bisagra oxidada. Álvaro se peleaba y les insultaba, pero yo seguía siendo la Bisagra Oxidada.
Desde esa experiencia, tengo por norma no hablar delante de gente que no conozco. O por lo menos hablar muy. No tengo la voz que digamos, melodiosa pero Álvaro siempre ha opinado que no puedo estar callada toda mi vida. Dice que la culpa es de los demás porque no me prestan atención. Con paciencia seguro que te entienden –me explicaba- todo se arregla con paciencia.
Yo me oigo bien pero un día me grabe para ver como era realmente mi voz. Y ¡fatal! No me entendía ni yo. Me dio tanto reparo que pase un tiempo si apenas hablar en casa. Hasta que un día Álvaro me explico que existen personas que le encanta la pintura abstracta y surrealista aunque la mayoría de ellas no la entiendan. Como el cuadro que tenemos colgado en comedor... ¡Si! Y me gusto la idea.
Y ahora pienso que en vez tener una voz oxidada, la tengo abstracta, como la lamina de Kandinsky que decora el salón de casa. Fragmento del primer capitulo de una novela que nunca termine. Pili Egea, noviembre 2004